dijous, 12 de març del 2015

El pacto de silencio y la monedita de amarras...

El pacto de silencio sobre el pasado que acompañó a los acuerdos de la transición pudo haber tenido justificación en un primer momento, cuando los franquistas dudaban sobre su futuro, cuando la oposición democrática tenía serias sospechas sobre el alcance del apoyo del pueblo a la causa rupturista: Cuarenta años de terror no pasan en balde. Superado el golpe de Estado de febrero de 1981 y celebradas las elecciones de octubre de 1982, ese silencio debió hacerse palabra y la palabra Ley. 

Quienes habían estado involucrados de lleno en el gobierno de la dictadura no podían seguir desempeñando papel alguno en el nuevo régimen, quienes habían amasado sus fortunas con el apoyo del tirano, no podían regir el desenvolvimiento económico de un país lleno de vida y de futuro; quienes habían educado en la inmoralidad nacional-católica a generaciones y generaciones, no podían seguir pontificando sobre lo bueno y lo malo en el tiempo nuevo. 

Sin embargo, sobre esas tres cuestiones vitales y otras muchas, continuó el silencio, como si aquí no hubiese pasado nada, como si el nuevo tiempo pudiese edificarse con los armarios llenos de cadáveres y con los mismos personajes que habían acompañado a Franco a su última morada en Cuelgamuros. Los pactos para una transición política de la dictadura a la democracia, se convirtieron de ese modo en una transacción que permitía a los poderes del antiguo régimen dictatorial su integración de pleno de
recho en el régimen constitucional de 1978, o lo que es lo mismo, asentar la democracia sobre una antinomia, sobre una aberración ética.

“No me importa –decía Manuel Azaña- que un político no sepa hablar, lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla”. Quienes desde los poderes que causan desesperación en tantos hoy hablan de democracia y quieren, con su verbo tosco y su sapiencia menuda, erigirse en jueces de lo que es o no democrático, muestran un desprecio absoluto por los millones de personas que se sacrificaron para que el menos malo de los sistemas políticos ideados por el hombre fuese una realidad y un ideal de progreso. No es que hablen mal, que lo hacen, es que no saben de lo que hablan cuando hablan de democracia, porque en un régimen de esas características, y es evidente que este no lo es, los sinvergüenzas de su estirpe hace mucho que descansarían en el lugar que les corresponde: La cárcel.


Pedro Luis Angosto





La Real casa de la Moneda o Fábrica Nacional de la Moneda y el Timbre (FNMT) ha tenido la ocurrencia de sacar un moneda que conmemora el fin de la II Guerra Mundial, con el lema "70 años de paz". Para ello, la ha adornado inadecuadamente con el rostro del rey de Felipe VI en una cara y en la otra con una paloma de la paz. El emblema "70 años de paz" recuerda el eslogan ideado por el régimen franquista en 1964 para celebrar el 25 aniversario del final de la Guerra Civil: "25 años de paz española". 

Para alguien que no tenga nociones básicas de historia y disponga de la moneda en la mano, da la impresión de que gracias a la monarquía, tenemos 70 años de paz. Pero no nos llevemos al engaño, España es el país menos apropiado para conmemorar una paz que disfrutaban otros países en 1945, en cuanto aquí ese año todavía teníamos instaurado un régimen de carácter golpista y dictatorial, que lejos de acabar la guerra civil en 1939, siguió persiguiendo, encarcelando, torturando y asesinando a miles de personas.


Parece que a la FNMT se le olvida, que en 1945 en España no había paz, había una dictadura franquista de 'tomo y lomo' que se dedicó a la caza y exterminio de rojos y masones. Incluso, hubo campos de concentración en pleno funcionamiento, como es el caso de Miranda de Ebro en la provincia de Burgos, que permaneció abierto desde 1937 a 1947; las cárceles españolas estaban llenas de presos políticos, también hubo miles de prisoneros que trabajaron forzosamente en los Batallones de Trabajadores para el régimen franquista; los famosos Tribunales de Orden Público (TOP) que reprimieron todos los delitos políticos; por no hablar de los miles de asesinatos, torturas, ejecuciones, suicidios provocados o el robo de miles de bebés.

Tampoco debemos olvidar que el régimen de Franco, durante la II Guerra Mundial mandó a los bufones de la División Azul a Rusia y que en los campos de concentración nazis fallecieron más de 10.000 españoles, sin que el régimen de franco hiciera nada para evitarlo; tampoco hay que olvidar a los miles de republicanos que ayudaron a liberar París de los nazis, los que combatieron el fascismo y que hoy siguen sin recibir un homenaje institucional por parte del gobierno.

España carece de toda legitimidad moral, para hablar de la paz de los demás países, cuando en el propio país se violaban reiteradamente todos los derechos humanos. Toda esta desfachatez de la monedita se la podrían haber ahorrado si no hubiesen incrustado de manera esperpéntica la figura del rey. Un monarca que goza de ese privilegio, gracias a que el genocida Franco instauró la monarquía en España con la Ley de Sucesión en la Jefatura de Estado (1947) y que se consolidó cuando el entonces príncipe, Juan Carlos de Borbón, prometió lealtad a Franco con la Jura de los movimientos y principios del régimen franquista (1966). Por cierto, en España enaltecer el franquismo sigue siendo legal, no como en Alemania, donde el nazismo es un delito.



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