dilluns, 2 de febrer del 2015

Extractos

Durante el franquismo lo que estaba literalmente prohibido por los implicados en las cuestiones sociales y políticas era parecer una cosa.
Parecerse a lo que se le llamaba "un progre", (pantalones de pana, zapatos de ante, etc...), era algo que indicaba imprudencia o que no militabas.
Un militante político nunca lo parecía porque te la jugabas, estaba claro.

Ahora, desde el punto de vista del sistema de representación dominante hay una especie de identificación que básicamente entiende que la juventud puede ser clasificada de una manera casi étnica. Las "tribus urbanas" que son definidas y definibles por su aspecto.

Es un esquema que utiliza la policía y los medios de comunicación que plantea que; las personas que son, por ejemplo "Okupas", lo son porque tienen estética de "Okupa", y son lo que sean por la estética que tienen, sean punks, skins, rockers, etc...

Es un sistema de clasificación totalmente arbitrario que trabaja a partir de la idea que una persona debe ser identificada a partir de ciertos rasgos que denotan e insinúan algún tipo de disidencia interior.
El "disidente" se identifica por una cierta estética y cuando esta estética se localiza, automáticamente el "disidente" es localizado y si es necesario, castigado.

Es muy grave que se use en algunos casos como valor jurídico en un estado de derecho.

Manuel Delgado - Antropólogo (Universidad de Barcelona).
Extracto del documental "Ciutat Morta"

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Nosotros somos soberanistas, ser soberanista significa que si nuestra constitución especifica en uno de sus artículos, por ejemplo, dice que "todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna", significa que todo el mundo tiene derecho a tener una vivienda digna y quien destruye este punto haciendo políticas contrarias a lo expuesto en la constitución es un traidor a su pueblo y a la patria. 

Más soberanistas que nosotros no hay nadie, y no nos van a dar lecciones de soberanismo aquellos que creen que el soberanismo se define por el color de las banderas.

La soberanía es la capacidad de un estado para proteger a sus ciudadanos dotándolos de las herramientas necesarias para su bienestar.

Nos hablan de hacer un frente de izquierdas para desbancar a la derecha de la Moncloa, y mire nosotros no estamos por esta labor y me explico: No se trata de gobierno de derechas o de izquierdas, se trata de hacer un gobierno popular, de la gente y para la gente, que represente a la gente y no a fondos de inversión. 
Ya no hablamos de izquierdas y derechas, son metáforas que sirven  para expresar cosas, y si esas metáforas ya no sirven para expresar cosas, nosotros preferimos hablar de arriba y abajo, es mucho más claro, ya que están los que defienden los intereses de los de arriba y los que defienden los intereses de los de abajo. Y no es una cuestión de marketing, es que es más verdad dicho así.

Se trata de hacer otra cosa diferente, porque en democracia si algo no funciona hay que cambiarlo, pero claro, a muchos se les acabaría el chollo y esto no puede ser.
Hay que democratizar la economía, que el estado ponga en primer lugar los intereses de sus ciudadanos y no los intereses de terceros que dan ordenes sin haber sido elegidos en ninguna votación ni en ningún país democraticamente.

La soberanía es colegios públicos, sanidad pública, pensiones públicas, perseguir a los corruptos y a los que han estado saqueando al pueblo y protegiéndose entre ellos, todo partido que se acerque a estos parámetros se le tenderá la mano,

Hay que romper con el candado del 78 para que esta nación de naciones pueda decidir su futuro en asamblea popular, con un proceso constituyente donde se hable de todo y de todos.

Pablo Iglesias - Dirigente de Podemos.


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El castigo y las ganas de vivir.
El otro día tuve un sueño...
Cuando éramos niños aprendimos que, a veces, si no hacíamos exactamente lo que los adultos nos decían, recibíamos castigos, palabras en un tono elevado, reprimendas… y a veces hasta golpes.

De esta forma aprendimos a satisfacer los deseos de los adultos antes que los nuestros propios. Nuestra seguridad dependía de ello. Aprendimos también lo que era el miedo, miedo a la falta de amor de nuestros padres, de nuestros maestros de escuela, de nuestras personas de referencia.

Algunos aprendimos y decidimos que equivocarnos era malo, inadecuado… o incluso peligroso. Aprendimos a tener “miedo a defraudar” a la gente, y empezamos a ocuparnos y preocuparnos por “lo que piensan los demás”. Dejamos a un lado nuestros sentimientos y nuestra capacidad para percibir lo que sienten los demás, la empatía, por ocuparnos de lo pensamientos de los demás. Pasamos de poner el foco en nuestras necesidades a ponerlo en lo que creíamos que deseaban los demás. Nos iba en ello la vida, pues creíamos que de lo contrario no seríamos amados, y sin amor no podemos vivir.

Alguno de nosotros llegó un momento en que no pudo más y se rebeló. Se rebeló en la adolescencia contra esta imposición externa de “lo que es apropiado”, y contra esta lucha interna entre el niño y el adulto en él. Al rebelarnos nos volvimos “violentos”, violentos hacia afuera, gritando y peleando… o violentos hacia dentro, callando y acumulando rabia y furia no expresada por miedo a no ser aceptados en nuestro entorno.

Continuamos creciendo, y lo que parecía una ola de rebeldía se fue calmando… hasta que aparecía una escena donde nuestro niño interior nos decía “¡juega!”, y nuestro adulto domesticado decía “¿qué pensaran los demás si lo hago?”. 

Para algunos, la tensión acumulada por negar los deseos intrínsecos de nuestro niño fue tan grande, que decidieron dejar este mundo. “¿Para qué seguir si no puedo cubrir mis necesidades?¿Qué sentido tiene vivir según unas reglas, un modelo aprendido, que me impide ser feliz? ¿Por qué no puedo ser feliz?”

Estas preguntas, dirigidas a una mente herida, basadas en creencias adquiridas acerca de lo que era posible para ellos, los fue arrastrando como un torbellino en un río en una espiral de dolor, rabia, tristeza e impotencia.

Algunos descubrimos en la depresión un calmante… un estado que nos permitía recibir atención de los demás y píldoras para adormecer estas emociones.
Otros creímos que merecíamos castigarnos, y qué mejor castigo que quitarnos la vida.

Algunos, cada vez más, decidimos que estábamos infectados con un virus que no era nuestro, un virus producto de creencias de otros, y que había cura.
Estamos en el año 2015, el siglo XXI, el tercer milenio. 
¿Es realmente necesario que repitamos este proceso una y otra vez con nuestros niños, con los estudiantes en nuestras escuelas y universidades? 
Transformemos nuestras relaciones, el proceso de educación, y creemos una vida del planeta Tierra llena de respeto y de amor.

Año tras año fuimos creciendo y reafirmando esta visión de la vida, de las relaciones, y de lo que era importante para nosotros. Así hasta que llegó el momento en que, cuando las cosas no salían como deseábamos, nos frustrábamos y decidimos que no eramos capaces, o que no nos merecíamos que salieran “bien”. Llenamos nuestra mente de creencias acerca de lo que podíamos y lo que no podíamos lograr, y de justificaciones por cada una de estas creencias. 
Llegó un momento en que no necesitamos que un adulto nos castigara. Habíamos integrado tan bien esta danza niño-adulto en nosotros que cada vez que nos equivocábamos o decidíamos hacer algo que a alguna persona no le pareciera bien, una parte de nosotros castigaba a la otra. Habíamos logrado dividir nuestra mente en dos: el niño inocente y juguetón y el adulto cargado de creencias acerca de “lo que es apropiado” en cada momento.
Emprendimos un camino de descubrimiento, guiados por la curiosidad, la desesperación, y la esperanza al mismo tiempo que el deseo de ser felices, de recuperar ese estado de maravilla por la vida, el mundo, los colores, olores y sabores, y los sonidos naturales del mundo que teníamos cuando éramos niños y que vemos en los ojos de nuestros hijos. “¿Qué estoy pensando, que me hace sentir así? ¿Cuál es la creencia - mentira - que me hace ver el mundo de esta manera? ¿Qué deseo en lugar de esto?”
Al mismo tiempo, al hacernos más y más conscientes, comenzamos a percibir en nuestro cuerpo las señales que hacía tiempo nos daba de las emociones que habíamos acumulado durante años de falta de respeto: jaquecas, dolores, piedras… Con mucho amor, comenzamos un proceso de limpieza física, emocional, mental y espiritual.
Frase tras frase, creencia tras creencia, fuimos moldeando nuestra mente, sanando nuestras emociones, transformando los traumas del pasado en aprendizajes, y perdonándonos con amor por todos los actos de falta de respeto que cometimos hacia nosotros. 
Perdonamos también a todas aquellas personas que, por inconsciencia, por sus propias creencias, por su educación, faltaron al respeto de nuestra integridad, de nuestras necesidades como niños. Recuperamos el don natural del niño de perdonar inmediatamente, y comenzamos a vivir más y más el presente, a crearlo conscientemente, y a ser de nuevo el niño y la niña que éramos cuando nacimos. Somos felices.
La próxima vez que veamos a un niño, a una niña, permitámonos sentirlos, ser uno con ellos y dejarnos contagiar por la magia que ellos traen, la magia de la felicidad y del amor puro e incondicional. Aprendamos a respetarlos y a respetarnos con ellos.

Anónimo